30 dic 2023

2023

 Hace tiempo que no hago balance de año y este 2023 se lo merece sin duda por haber sido el peor año de mi vida, hasta ahora. Hago esta puntualización porque tengo claro que aunque haya sido horrible, pueden venir años muchísimo peores. Optimista me llaman. 🙄

Cuando por fin pensé que mi vida iba bien, que todo lo que había pasado con el tema de la boca, operaciones, ortodoncia y viajes a tres provincias para finalizar estos últimos 12 años entre brackets (más de 20 si hago el cómputo global) iban a terminar y podía llevar una vida “normal”, justo unos días antes de que me quiten la ortodoncia, justo cuando era más feliz y empezaba el mejor mes del año, me dan una noticia que me cambia la vida.

A veces pienso si esto me ha cambiado la vida para bien o para mal y hay días que dudo. Hace unos meses diría que para mal, ahora, que ya lo estoy aceptando (en proceso de, mejor dicho) diría que para bien. El conocimiento es poder y saber que me pasa algo y sobre todo, saber que por fin tengo un tratamiento, me hace estar muy tranquila a pesar de los días de incertidumbre. Y de tristeza. Y de miedo. Poco a poco voy empezando a vivir con ello y con todo lo que lo rodea y hay días mejores que otros. Veremos qué me depara el futuro.

La parte oscura de esto es que me he dado cuenta de la gente que está y la que no.  Últimamente he perdido a mucha gente a la que tenía cerca. Esto me ha dado otro punto de vista y creo firmemente que quien quiere estar, está.  Una persona una vez me dijo que era normal que la gente no me dijera que qué tal si no sabían lo que me pasaba, que si lo contaba seguro que me preguntaban. Ese comentario me pareció horrible, ¿significa que solo te interesas por una persona si sabes que está enferma? ¿Qué clase de relación tienes con tus amigos? La mía al menos no es así. También os digo que hay gente que lo sabe y de la que no he vuelto a saber apenas nada, así que prefiero guardármelo para mí y ser más selectiva en el futuro. No vaya a ser que…

Si has llegado hasta aquí leyendo no esperes que te cuente qué me pasa de manera más explícita. Como ya he dicho, estoy en proceso de aceptación y es un tema muy delicado que he compartido con muy pocas personas porque cuando lo cuento a la gente se le cambia la cara (normal, por otro lado) pero odio ver las caras de lástima. Este es mi espacio seguro y si estás leyéndome, te lo agradezco. Solo diré que a pesar de todo y por ahora estoy bien y me quedo con eso  y espero que tú también. 

Estos últimos días todos los pequeños planes que tenía se han paralizado para pasar horas en el hospital con mi abuela, así que tampoco tengo mucho más que añadir. Disfrutad de cada momento y sed felices. 

Un último apunte, cuídate, disfruta, sí, pero cuídate. Que cuerpo solo tenemos uno.

2024, por favor, pórtate bien.

24 sept 2021

Paz

Inspiro y espiro de manera pausada y por fin soy consciente de la paz que siento dentro de mí. Un bálsamo calmante me recorre cada centímetro de piel, se introduce en mis entrañas y baña a mi dañado corazón y noto cómo va reparando las grietas que llevaban tiempo formadas, profundas, negras, sangrantes.


La ansiedad que sentía ha desaparecido por completo aunque en algún momento determinado viene a visitarme para dejarme sin respiración durante unos segundos. Sin embargo, son los recuerdos del pasado los que la provocan y ahora soy capaz de repelerla.


La paz. No sé cómo he pasado tanto tiempo sin sentirla pero por fin ha vuelto.

Durará lo que tenga que durar, pero mientras esté, disfrutaré de ella. 

25 nov 2020

Cosas que me hacen feliz.

 

Caminar descalza por la casa, un atardecer en la playa, el olor a café por la mañana, el primer trago a una copa de Verdejo, la última página de un libro que me ha hecho sentir, una onza de chocolate tras un helado de fresa de cucurucho, el olor en la ropa tras un largo abrazo, la bañera humeante que me espera tras un largo día de trabajo, las sábanas recién cambiadas, levantar la persiana un domingo temprano y ver los rayos del sol atravesar la ventana, mi canción favorita al subir al metro, una sonrisa torcida, encender una vela que dé un poco de luz a la habitación en penumbra, una llamada inesperada o una llamada esperada que por fin llega, levantarme y ver unos buenos días en el móvil, bajar del tren, llegar a casa y ver la cara de mis abuelos, el abrazo de mis padres, que llueva mientras estoy en casa y mirar por la ventana, entrar en una librería sin saber cuándo voy a salir, una manzanilla, perseguir a los gatos, un ronroneo, acariciar una mano y que te devuelvan la caricia, la tortilla con cebolla, que me den las gracias, que me enseñen cosas nuevas cada día y que quieran aprender cosas nuevas de mí, emocionarme con una canción nueva y con una antigua, bailar en casa. Escribir.


Suena: La Oreja de Van Gogh.



27 abr 2020

Placeres


La sonrisa se torna socarrona, mostrando una lengua que acaricia sus labios, sabiendo que ese gesto denota la urgencia de un beso. Las bocas se unen, los cuerpos se abrazan. Unas manos buscan alejar las prendas que evitan que la piel se roce, tan deseosa de sentir el calor corporal del otro.
Cuando por fin la ropa ha desaparecido, unos brazos fuertes la llevan a la cama donde se recrea en sus curvas, recorriéndolas de abajo a arriba, internándose en recovecos que hacen que pequeños suspiros salgan de su boca. Los fluidos corren y él se introduce tan fácilmente que es imposible no pensar que estén hechos el uno para el otro.
Se susurran palabras mientras sus cuerpos acompasan movimientos rítmicos. Ella se coloca encima de él, dirigiendo así la presión hacía su sexo, mirándole directamente a los ojos y llegando al clímax mientras grita su nombre y una sonora carcajada sale de su boca.
Él no puede dejar de moverse, quiere más y más placer, quiere esos gritos en su oído, por lo que con un gesto rápido y hábil la coloca boca abajo para ser él ahora quien la guíe, necesitando muy pocas embestidas para que ella vuelva a gemir. Nota como ella comienza a relajarse bajo su peso, pero de pronto, siente como recupera el movimiento, le sonríe con esos ojos pícaros, cómplices y suplicantes que desean que él también sienta ese placer.    


Este relato participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosPlaceres
Imagen: @amannagar_artist

30 sept 2019

Lunes

Suena el despertador y me resisto a abrir los ojos. Lo apago y los  cierro con fuerza ¿Es posible quedarse dormida en 30 segundos? pienso mientras suena el siguiente despertador. Mierda.

Remoloneo entre las sábanas, abrazo la almohada como si me fuera la vida en ello y oigo por tercera vez el maldito despertador. La fatídica hora ha llegado. 

Entre  largos bostezos consigo llegar a la cocina donde una taza con frases motivadoras me espera para darme la energía necesaria y así afrontar el lunes. Lunes. Lunes de nuevo. ¿Era esto lo que quería? ¿Soy feliz donde estoy? ¿Por qué estoy tan cansada? ¿Es posible ser rica sin hacer nada?  Me lamento pensando que yo solo quiero dormir un poquito más...Mi mente divaga y el pitido del microondas me saca de mis ensoñaciones. 

Miro al infinito, odiando lento y pausado al lunes mientras engullo un bollo y doy pequeños sorbos al café. Me arrastro hacia una ducha corta y humeante de donde no quiero salir.

Miro el reloj, ya se me está haciendo tarde. Corro, me visto, me peino, me lavo los dientes y cojo las llaves. Un último repaso a la minúscula habitación y como cada mañana al salir mi último pensamiento es... ¡qué pereza!

18 dic 2017

Casualmente

Entró en la librería de segunda mano que había abierto hacía poco más de un mes, y el olor a libro inundó sus fosas nasales. Inspiró y se sintió en casa. Le gustó esa primera impresión que recibió del ambiente: el silencio de las personas que ojeaban las diversas estanterías, el suave hilo musical que envolvía todo, y esa luz ámbar del sol que entraba por una de las grandes cristaleras.

Avanzó lentamente y paseó la vista por las estanterías repletas de vida. Libros grandes, pequeños, bien cuidados, amarillentos, con los bordes comidos, algunos estaban forrados en un intento de preservar su cubierta intacta.

Se paró frente a una estantería al azar y sacó varios libros, los observó por encima y repitió este proceso varias veces. Pasaba de literatura americana, a la italiana, pasando por la española, la australiana sin ningún miramiento.  Por fin un libro llamó su atención. Era grueso, con los bordes teñidos de oscuro, quizá por el manoseo de su anterior dueño, quizá por el paso del tiempo, porque en la primera hoja había una fecha escrita 1981 y un nombre, Pedro. Sin mirar nada más, se dirigió al librero para comprarlo y se fue.

Al llegar a casa, sacó el libro de la mochila y lo depositó en su mesilla, junto a otros tres libros más que descansaban junto a él. Al irse a acostar, cogió el libro y se metió en la cama con él. Se dio cuenta de que al abrirlo, tenía algo dentro, entre sus hojas. ¡Era como una tarjeta y estaba escrita! La tarjeta decía así.

Querido Pedro,

Mis sentimientos por ti siempre han sido puros y mi corazón te pertenece. Sin embargo, sabes que no podemos estar juntos. Nuestras diferencias son más grandes que lo que nos une y mis sentimientos no son capaces de luchar contra el mundo.

Me voy de la ciudad, por lo que no creo que volvamos a vernos. No te diré dónde para que no puedas buscarme. Por favor, piensa en mí siempre que leas este libro.

Siempre te querré,

Lucía

Apartó la tarjeta a un lado abrazó el libro con fuerza mientras pensaba en esos dos desconocidos.


11 sept 2017

El regreso a casa

La carretera sinuosa se abría ante mí mientras intentaba cerrar la mente para no dejar que los últimos acontecimientos me arrasaran. No suelo mirar por la ventana pero aquel viaje fue distinto porque cada árbol, cada roca y cada pueblo que pasábamos rezumaban vida y era incapaz de no pensarte en ellos.

Al llegar, un pequeño pueblo escondido entre las diversas tonalidades verdes que nos  ofrecía la sierra nos daba la bienvenida donde había pequeñas casas apiladas, llenas de flores rojas, amarillas, rosas y con las fachadas de piedra  y escudos. El olor se hizo puro  y la piel se erizó cuando afloraron los sentimientos que hasta ese momento pude contener. Las personas se acercaron con sus caras arrugadas por el paso del tiempo, otras eran morenas con ojos brillantes  curtidas por el sol por trabajar la tierra sin ningún tipo de ayuda y se llenaban de sonrisas y lágrimas al vernos llegar.
Las palabras de aliento y los abrazos no hicieron más que quebrar la muralla de aparente serenidad que portaba. El cúmulo de  sensaciones que sentí pasó por mareos, náuseas, enfado, desazón y tristeza absoluta. El tiempo pasaba demasiado deprisa y de pronto te vi llegar en aquel coche negro. Y lloré y las piernas me fallaron al pensar lo injusto que era todo y no podía, no podía estar ahí…

Quizá el único consuelo posible era pensar que por fin habías regresado a casa.



- A ti abuelo, porque aún no me creo que no estés aquí. 
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Este relato participa en la iniciativa #relatosRegreso de @divagacionistas

15 may 2017

Centímetros

La mañana comenzaba a asomarse por las rendijas de la persiana cuando sin querer, se posó en mis ojos. Luchaba por mantenerme en aquel sueño tan plácido, pero sin embargo, el daño ya estaba hecho. Giré sobre mí misma, para protegerme del vil enemigo que me visitaba cada mañana pero el sueño no volvió. Me estiré  y bostecé igual que aquel felino que vi el otro día en la televisión, con fiereza, antes de restregarme los puños por los ojos. Es justo en ese instante cuando la realidad te golpea y recuerdas la vida. Y evidentemente, me acordé de todo. Su suave tacto, aquel inconfundible olor a vainilla, esa calidez al abrazarlo. Solo quería repetir ese momento cada segundo del día, sentir esa felicidad suprema y miré en derredor, buscándolo. Me incorporé a duras penas, aún no controlaba bien los movimientos, por lo que tardé más de lo que esperaba y mi angustia se incrementó. Miré, busqué y no lo vi. Podía recordarlo pero mis ojos no alcanzaban a ver en aquella penumbra llen
a de sombras hórridas. Y lloré. Con todas mis fuerzas, mis pulmones y mi ser. Lloré tanto y tan fuerte que mis deseos se hicieron realidad. Mamá entró en la habitación, ojerosa, despeinada pero con una gran sonrisa, me cogió entre sus brazos murmurándome palabras de consuelo en el oído que surtieron un efecto inmediato. Apoyé la cabeza en su hombro y cuando abrí los ojos lo vi por fin. 
El osito de peluche que me habían regalado por mi cumpleaños estaba solo a unos centímetros de mí. Estiré una mano añorando su tacto y mamá lo cogió y me lo acercó. Y yo, no pude ser más feliz.


Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosDistancia.

20 feb 2017

Ferrocarril

Reviso el bolso nerviosa, buscando el billete, pensando si lo he dejado encima de la mesa. Por fin lo encuentro y suspiro tranquila. Estos ataques de corazón me pueden dar varias veces hasta que me monto en el tren, no sé qué le pasa a mi cabeza. Camino distraída hacia la pantalla de información donde anuncian que el tren llegará a las 09:38. Siempre me ha gustado el extraño horario de los trenes, jugando con los minutos que menos tenemos en consideración.  Aun quedan 20 minutos para que el tren salga de la estación, así que miro distraída a mi alrededor, buscando algo con lo que distraerme y empiezo a andar de manera inconsciente hacia las escaleras para ir a la vía. La estación es pequeña y tiene pinceladas antiguas mezcladas con modernas máquinas que no encajan del todo bien en el paisaje. Si pasas de los andenes 1 y 2, puedes pensar que estas en una estación abandonada. Los bancos están desgastados, la única pantalla luminosa está rota y se ve un grafiti en una de las columnas que sujetan la techumbre. Un tren de pruebas pasa errático por la zona que supongo será para comprobar que todos los componentes del tren están en perfecto estado, aunque la apariencia del tren es lamentable. El óxido se ve claramente por toda la superficie, y aún hay restos de pintadas en la parte frontal. ¡Qué manía con firmar cada parte de la estación! Observo al maquinista, tiene apariencia joven e inexperta. ¿Estará de prácticas? Pobre si es así, menudo aparato le han dejado…

Y mientras me consumo en mis pensamientos de compasión hacia ese pobre maquinista, un silbido me sobresalta. Mi tren ha llegado y tiene la misma apariencia que el del joven maquinista o peor: descuidado, desbaratado, cansado y melancólico. Y con resignación, me subo a él. 


Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosTrenes.

23 ene 2017

Réquiem


Aunque no quiso que ocurriera, una lágrima resbaló por su mejilla. Cerró los ojos con fuerza intentando contener el sollozo que le sobrevenía y respiró hondo.  Llevaba sentado un buen rato en el sofá de la casa de sus tíos,  con la única compañía de un pequeño perro que no entendía por qué había tanta gente en su casa y miraba temeroso alrededor, como buscando a alguien que no estaba. Veía a la gente ir y venir a gente, reunirse en corrillos donde alguna risa esporádica se escapaba al recordar una historia pasada. Su tío había fallecido el día anterior pero le parecía increíble que fuese verdad.

Apoyó la cabeza entre sus manos y fijó la vista en una mancha oscura que tenía aquel parquet color miel, recordando su juventud con sus abuelos y sus tíos en el parque, cerca del río. Siempre había estado rodeado de gente mayor, eran sus compañeros de aventuras, los que  le enseñaron a jugar a las cartas, a la tanga, al fútbol o simplemente los que le contaban sus historias de juventud. Le pareció imposible que hubiera pasado tanto tiempo desde aquello, que el tiempo se lo hubiera llevado para siempre. Porque al recordar, veía con toda nitidez la ribera del río verde bañada bajo el sol de junio y la brisa que mecía aquellos chopos junto con los gritos de los niños y las risas de los mayores. En el otoño, los paseos se sucedía mientras yo jugaba saltando a su alrededor y en invierno venían a casa para seguir jugando, hablando mientras yo escuchaba a medias las conversaciones…


Volví a la realidad traído por el ruido de mi tía llorando mientras la intentaban consolar y yo mientras sólo podía pensar que el tiempo, el tiempo pasa para todos…



Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosTiempo .

14 nov 2016

Esperas que merecen la pena. O no.


Las grandes historias de amor son las que superan todos los obstáculos y son capaces de vivir felices y comer perdices hasta el fin de sus días. Cuando pensamos en ellas, solemos imaginar, por ejemplo, a un joven que se queda prendado de la chica con la sonrisa deslumbrante que vive a su lado y que por suerte también le corresponde, pero por infortunios de la vida el joven debe partir a la guerra, por elegir un destino, durante una larga temporada. Antes de marcharse, por supuesto, ambos se juran amor eterno y prometen esperarse y quererse hasta que vuelvan a estar juntos de nuevo.

La joven espera en el pueblo soñando con su amado, creyéndole en peligro, aguantando la larga agonía con cartas donde le expresa su amor y su deseo de tenerle entre sus brazos. A la vez, el joven, que como he dicho está en la guerra, recibe las cartas y contesta con las mismas ganas, mientras suele llevar una foto de su amada cerca de su corazón. Ambos son capaces de soportar el tiempo separados gracias a unas pocas palabras y al recuerdo intenso en su memoria. La espera se hace más llevadera. Y cuando la guerra termina al fin, los dos vuelven a reencontrarse y son felices. La espera ha sido horrible pero ha merecido la pena. El amor gana.

Sin embargo ahora no somos capaces de aguantar las esperas. Las nuevas tecnologías nos facilitan la vida haciendo que nos comuniquemos en segundos desde lugares muy diferentes en el mundo. El problema llega cuando debido a estas tecnologías no somos capaces de aguantar ni 5 minutos a que alguien nos conteste a un mensaje, nos ponemos histéricos si alguien no permanece conectado a la realidad 2.0, como si no tuviéramos una vida (real) que vivir.


¿Creéis que las historias de amor ya no son como las de antes porque las esperas han desaparecido y nos hemos vuelto impacientes? ¿Las esperas hacen la vida más romántica? ¿O quizá menos? 

Este relato participa en la iniciativa de @Divagacionistas de esta semana, con «la espera» como tema principal

17 oct 2016

Miedos nocturnos

Un escalofrió me recorre la espalda y noto el cuerpo cubierto de sudor frío. Estoy paralizada y apenas puedo respirar. Por fin, con mucho esfuerzo, muevo el brazo y enciendo la luz. La habitación está vacía. Mi imaginación me ha vuelto a jugar una mala pasada, pero lo que yo sentía era muy real. Tan real que he sentido como alguien o algo estaba ahí, delante de mí, mirándome. Digo algo o alguien, porque nunca sé qué es. Solo sé que está ahí, que me va a hacer daño y que no puedo hacer nada por evitarlo. Y no es un sueño, qué va. Estoy despierta, con los ojos cerrados, intentando conciliar el sueño cuando sin saber por qué, abro los ojos y lo veo.

Por fin, cojo el vaso de agua de mi mesilla para tranquilizarme y con la luz aún encendida, me acurruco bajo las sábanas medio temblando repitiéndome a mi misma que soy adulta, que no pasa nada, que estoy bien. Me resisto a apagar la luz. He de confesar que más de una vez me he quedado dormida con la luz de la mesilla encendida. Pero hoy no. Enciendo la radio y me sereno con su suave ronroneo. Apago la luz y miro el móvil, leo alguna noticia para olvidarme y cuando me creo suficientemente valiente para seguir, dejo el móvil en su sitio y me doy la vuelta, con los ojos abiertos buscando en las sombras de mi habitación a ese algo, para decirle a la cara que no le tengo miedo, que soy adulta, que estoy bien…

3 oct 2016

Nostalgiamia

Muchas veces no somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y es una triste verdad. No sabemos dar todo el valor que tiene a algo que está con nosotros y solo cuando lo echamos de menos vemos lo importante que era.
Cuando viví en otra ciudad, solía pasear sin fijarme en el arte de sus calles, en la naturaleza vibrante que emergía de las paredes, paseaba sin oír la risa de los niños ni las sonrisas de sus mayores. Cada día recorría sus calles pensando que lo podría hacer en otro momento, que momentos hay muchos, pero tiempo, poco. Y un día, sin quererlo, llegó el momento de abandonarla. 
Ahora pienso en lo feliz que fui allí, en las fotos que no me hice, en la música que no escuché...
Cuando vuelvo, intento impregnarme de todo lo bonito, de sus colores, de sus edificios, de su historia, pero es tan tan tan poco el tiempo que tengo que no puedo. Solo puedo recordar días pasados añorándola.



13 jun 2015

Y que alguien me diga que todo va a ir bien.

Aunque no queramos, todo tiene un final. Acaba el invierno, acaban las vacaciones, acaba una relación, acaba una vida... Siempre hay un final, no tiene por qué ser un final cercano, puede haber detrás una historia larga y el final puede considerarse feliz. 
Y un final se acerca a mí. Más que uno, varios y claro, tengo miedo. Porque cuando algo acaba, algo nuevo empieza y si es desconocido, puede asustar. Y yo ahora tengo miedo, ya que se termina mi vida en Salamanca, y 6 años se dicen pronto pero marcan mucho, las experiencias adquiridas nadie me las va a quitar y aun así noto que cuando esto termine, lo voy a perder. Quizá porque el volver a casa, creo que voy a perder mi libertad, y en parte sí, pero en parte no. No todo va a ser malo en la vuelta a casa, ¿no?
Además, no solo se termina una etapa en una ciudad, sino una época de estudio. Terminando el máster, me he dado cuenta de que voy a echar mucho de menos estudiar, porque cada vez que aprendo algo nuevo, me siento como si supiera poquísimo y solo quiero saber más y más y más...
Pero supongo que esto es algo pasajero (y espero), que se están juntando muchos finales a la vez y me da mucha pena.
Pero aunque diga adiós a muchas cosas... muchos holas nuevos me esperan...

4 oct 2014

2.2

Una habitación al amanecer. Cuadrada y con una gran cristalera al final que se abre a una pequeña terraza. Es temprano, no sé la hora, pero la ciudad está aun desperezándose. Me levanto sin hacer mucho ruido, salgo  a la terraza y contemplo el océano. Las olas suaves rompen casi sin hacer ruido para no despertarte. El sol aparece perezoso, sin prisa. Hay una suave brisa que me eriza el vello y me dispongo a entrar para coger algo más de abrigo, pero me quedo en el marco de la puerta, mirándote. Tu silueta se descubre entre la penumbra. Estás en paz. Y yo suspiro. Soy feliz.