Aunque no quiso que ocurriera, una lágrima resbaló por su
mejilla. Cerró los ojos con fuerza intentando contener el sollozo que le
sobrevenía y respiró hondo. Llevaba
sentado un buen rato en el sofá de la casa de sus tíos, con la única compañía de un pequeño perro que
no entendía por qué había tanta gente en su casa y miraba temeroso alrededor, como
buscando a alguien que no estaba. Veía a la gente ir y venir a gente, reunirse
en corrillos donde alguna risa esporádica se escapaba al recordar una historia
pasada. Su tío había fallecido el día anterior pero le parecía increíble que
fuese verdad.
Apoyó la cabeza entre sus manos y fijó la vista en una mancha
oscura que tenía aquel parquet color miel, recordando su juventud con sus
abuelos y sus tíos en el parque, cerca del río. Siempre había estado rodeado de
gente mayor, eran sus compañeros de aventuras, los que le enseñaron a jugar a las cartas, a la
tanga, al fútbol o simplemente los que le contaban sus historias de juventud. Le
pareció imposible que hubiera pasado tanto tiempo desde aquello, que el tiempo
se lo hubiera llevado para siempre. Porque al recordar, veía con toda nitidez
la ribera del río verde bañada bajo el sol de junio y la brisa que mecía aquellos
chopos junto con los gritos de los niños y las risas de los mayores. En el
otoño, los paseos se sucedía mientras yo jugaba saltando a su alrededor y en
invierno venían a casa para seguir jugando, hablando mientras yo escuchaba a
medias las conversaciones…
Volví a la realidad traído por el ruido de mi tía llorando
mientras la intentaban consolar y yo mientras sólo podía pensar que el tiempo,
el tiempo pasa para todos…
Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosTiempo .
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