11 sept 2017

El regreso a casa

La carretera sinuosa se abría ante mí mientras intentaba cerrar la mente para no dejar que los últimos acontecimientos me arrasaran. No suelo mirar por la ventana pero aquel viaje fue distinto porque cada árbol, cada roca y cada pueblo que pasábamos rezumaban vida y era incapaz de no pensarte en ellos.

Al llegar, un pequeño pueblo escondido entre las diversas tonalidades verdes que nos  ofrecía la sierra nos daba la bienvenida donde había pequeñas casas apiladas, llenas de flores rojas, amarillas, rosas y con las fachadas de piedra  y escudos. El olor se hizo puro  y la piel se erizó cuando afloraron los sentimientos que hasta ese momento pude contener. Las personas se acercaron con sus caras arrugadas por el paso del tiempo, otras eran morenas con ojos brillantes  curtidas por el sol por trabajar la tierra sin ningún tipo de ayuda y se llenaban de sonrisas y lágrimas al vernos llegar.
Las palabras de aliento y los abrazos no hicieron más que quebrar la muralla de aparente serenidad que portaba. El cúmulo de  sensaciones que sentí pasó por mareos, náuseas, enfado, desazón y tristeza absoluta. El tiempo pasaba demasiado deprisa y de pronto te vi llegar en aquel coche negro. Y lloré y las piernas me fallaron al pensar lo injusto que era todo y no podía, no podía estar ahí…

Quizá el único consuelo posible era pensar que por fin habías regresado a casa.



- A ti abuelo, porque aún no me creo que no estés aquí. 
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Este relato participa en la iniciativa #relatosRegreso de @divagacionistas

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