Un escalofrió me recorre la espalda y noto el cuerpo
cubierto de sudor frío. Estoy paralizada y apenas puedo respirar. Por fin, con
mucho esfuerzo, muevo el brazo y enciendo la luz. La habitación está vacía. Mi imaginación
me ha vuelto a jugar una mala pasada, pero lo que yo sentía era muy real. Tan
real que he sentido como alguien o algo estaba ahí, delante de mí, mirándome.
Digo algo o alguien, porque nunca sé qué es. Solo sé que está ahí, que me va a
hacer daño y que no puedo hacer nada por evitarlo. Y no es un sueño, qué va.
Estoy despierta, con los ojos cerrados, intentando conciliar el sueño cuando
sin saber por qué, abro los ojos y lo veo.
Por fin, cojo el vaso de agua de mi mesilla para
tranquilizarme y con la luz aún encendida, me acurruco bajo las sábanas medio
temblando repitiéndome a mi misma que soy adulta, que no pasa nada, que estoy
bien. Me resisto a apagar la luz. He de confesar que más de una vez me he
quedado dormida con la luz de la mesilla encendida. Pero hoy no. Enciendo la
radio y me sereno con su suave ronroneo. Apago la luz y miro el móvil, leo
alguna noticia para olvidarme y cuando me creo suficientemente valiente para
seguir, dejo el móvil en su sitio y me doy la vuelta, con los ojos abiertos
buscando en las sombras de mi habitación a ese algo, para decirle a la cara que
no le tengo miedo, que soy adulta, que estoy bien…
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